miércoles, 28 de diciembre de 2016

Monteses y montesas


A la salida del sol ya estábamos encaramados a la pista que en constante subida nos llevaría hasta el mirador sobre Enguera. No fuimos los más madrugadores en Montesa. Un aguerrido grupo de jubilados, esperaba el autobús que los conduciría en gratuito viaje a alguna operación de "merchandising" de cuchillos, mantas o multipropiedad. Uno de ellos fue el que nos encaminó al camino de la sierra. La vista era majestuosa. Las sierras Grossa, Vernissa, Benicadell y más allá la Mariola, eran una esacarpada alfombra a nuestros pies. El camino, como siempre en esta época, amenizado por los disparos de los cazadores. Y como siempre, unos oportunos y ruidosos pitidos, les hicieron enmudecer.

La llegada al collado significó un tuno y gratificante descanso. Lo aprovechamos para almorzar contemplando otra vista igualmente espectacular. El macizo del Caroig, los caseríos de Enguera y ( ¡ que le vamos a hacer!) la fumarola de Cofrentes. El regreso, placentero, todo abajo, anhelando llegar al castillo, para iniciar la visita cultural después de 13 kms de caminata.Para atajar, al que suscribe, se le ocurrido subir a la Mola. El escalón era pequeño, y las féminas lo subieron sin dificultad. Pero...los meniscos, siempre los meniscos, dificultaron el ascenso y gracias a la desinteresada ayuda de las compis, me encaramé a la roca y allá nos fuimos para el castillo.
La visión, extraordinaria. Rocoso, enhiesto, diciéndonos ¡ venid a visitarme!.
Antes, sin embargo, nos fuimos en busca de la Piedra Señora. La información de que disponía la localizaba a pocos pasos del castillo. Sin embargo, nos costó encontrarla. El camino era dificultoso por las zarzas, los ecalonamientos de las rocas y todo lo demás.

El paseo nos sirvió para contemplar a unos que se dedicaban a la escalada libre. Daba pánico verlos ascender como moscas por las escarpadas laderas, totalmente verticales. Algunos venían de lejos ( Jumilla o Albacete). Nos dirigimos de nuevo al castillo.Lástima que la informacación que teníamos, un hostelero que nos dejaría la llave, no era acertada.Nos tuvimos que conformar con circunvalar la fortaleza y a través del puente levadizo, ver el ruinoso interior.
De todas maneras, la visita valió la pena, Los muros que sobrevivieron al terremoto, todavía eran testimonio de la potencia del recinto. El día había mejorado hasta el punto de hacr su poquito de calor. Ya en el pueblo, visitamos sus recoletas calles, la empedrada plaza y a las 13 h, ya estábamos en los coches. En resúmen ¡ una gozada de excursión!

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